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O Opinión

Iglesia y proceso electoral

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La Secretaría de Gobernación de nuestro país, a los ministros de culto de todas las religiones nos recordó nuestros límites en cuanto al proceso electoral que estamos viviendo: que debemos abstenernos de participar en política partidista; que no debemos apoyar candidatos o partidos, ni condenarlos, advirtiéndonos que, de proceder en forma distinta, nos expondríamos a penas y sanciones previstas en la misma ley.

Este recordatorio gubernamental es oportuno, sobre todo para algunos ministros de otros cultos que se extralimitan. A los sacerdotes y obispos católicos, aquí y en todo el mundo, nos rigen normas canónicas que nos impiden liderar opciones políticas partidistas. Sin embargo, conocí a dos sacerdotes que no ocultaban sus preferencias electorales.

Uno, ingenuamente, estuvo presente en un mitin de un candidato amigo suyo; cuando le llamé la atención, se disculpó diciendo que se había visto envuelto en ello y que no lo volvería a hacer. El otro, más inteligente, nunca aprovechó actos de culto público para difundir sus preferencias, pero lo hacía en privado por todos los medios a su alcance.

Su candidato triunfador ha decepcionado a muchos. Nosotros no debemos ser factor de división por cuestiones partidistas, pues ninguna agota la vivencia global del Evangelio. Los fieles se desconciertan, cuando perciben que sus pastores quisieran influir en las opciones partidistas de la comunidad. Nuestra Conferencia Episcopal y los obispos de las diferentes provincias eclesiásticas han emitido documentos al respecto, muy oportunos, sensatos, y con criterios muy definidos.

En estas cuestiones de política pública, algunos nos quisieran alejados de la vida de nuestro pueblo, aduciendo que Jesús nos indicó “dar al César lo que es del César, y a Dios y lo que es de Dios”. Lo que pasa es que muchos de ellos se quieren imponer como césares, chiquitos y grandotes, y no le dan a Dios lo que es de Dios. Violan los derechos de nuestro Dios, que es Creador y Padre de toda vida, desde el seno materno hasta su término natural. No respetan los derechos de nuestro Dios, que ama a todos y a su creación; que protege a los pobres, sus preferidos; que defiende la justicia y promueve la paz, la fraternidad y la reconciliación, no el odio, la guerra y la destrucción de quienes piensan diferente.

Hay mucha gente que no discierne su voto, sino que lo emite sin conocer a los candidatos ni a los partidos. Se dejan llevar por la propaganda, por quienes hacen mejores promesas, por simpatías o intereses personales. Apoyan a quienes se imaginan que les van a conceder algunos beneficios, o sólo porque les hacen llegar dádivas, que no salen de sus bolsillos, sino de nuestros impuestos.

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “Si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales que fecunden toda la vida en sociedad.

Es verdad que los ministros religiosos no deben hacer política partidaria, propia de los laicos, pero ni siquiera ellos pueden renunciar a la dimensión política de la existencia que implica una constante atención al bien común y la preocupación por el desarrollo humano integral.

La Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación, sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal.

No pretende disputar poderes terrenos, sino ofrecerse como un hogar entre los hogares —esto es la Iglesia—, abierto para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa de puertas abiertas.

La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Y como María, la Madre de Jesús, queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, que sale de sus templos, que sale de sus sacristías, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad, para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (276).

No te voy a decir por quién votes, pero analiza quién respeta los derechos de Dios sobre la vida y la familia, quién es servidor leal de la comunidad, quién es honesto y fraterno, quién es confiable para gobernar y para hacer leyes que sean conformes con tus principios. Hay gobernantes y legisladores que promueven el aborto y desestructuran la familia, aunque en sus campañas mañosamente lo ocultan; ¿les vas a apoyar? Con tu voto, razonado y libre, ayuda al país a mejorar la situación que vivimos.