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O Opinión

Custodios y servidores de la vida

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La Bioética y la Pastoral de la Salud, aunque son disciplinas diferentes, comparten un mismo objetivo: el bienestar del ser humano.
La actividad de los agentes de la salud tiene el alto valor del servicio a la vida. Es la expresión de un empeño profundamente humano y cristiano, asumido y desarrollado corno actividad no solo técnica sino de un entregarse total e incondicionalmente y de amor al prójimo. Tal actividad es «una forma de testimonio cristiano”. «Su profesión les exige ser custodios y servidores de la vida humana»”. (PCPAS)
La vida es un bien primario y fundamental de la persona humana. En el cuidado de la vida se expresa, pues, ante todo, una obra verdaderamente humana al tutelar la vida física.

La pastoral es el servicio que presta la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús el Buen Pastor, que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (Cf. Jn 10,10) y que va en busca de la oveja perdida y que cuando la encuentra herida y temblando de frío, cura sus heridas, la pone sobre sus hombros y la regresa al redil (Cf. Lc 15,4).

Cristo ha venido no a ser servido “sino a servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt 20,28). En su ministerio, anunciando la buena nueva, no sólo predica y llama a la conversión, sino que este anuncio va acompañado de signos prodigios, donde Jesús se muestra compasivo con los que sufren y sana a muchos enfermos.

El combate a la enfermedad tiene como finalidad lograr la armonía física, psíquica, social y espiritual para el cumplimiento de la misión recibida. La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor. (DA 418).

El principio, centro y fin de la Bioética y de la Pastoral de la Salud es la persona humana, varón y mujer que han sido creados a imagen y semejanza de Dios, y es esta diferencia con los demás seres creados que nos hace dignos. La dignidad humana nace precisamente porque somos imagen y semejanza de Dios y de esta digna se generan nuestros derechos.

Dios nos creó por amor y para amar, para vivir en armonía unos con otros y con toda la naturaleza, para ser felices. Lamentablemente el pecado se hizo presente y trastocó nuestra naturaleza humana, haciendo que con el pecado entre en el mundo la enfermedad, el sufrimiento, el dolor y la muerte. Desde ese momento Dios inició el plan de salvación, que terminó con la pasión, muerte y resurrección de Cristo que nos devolvió la amistad con Dios, que se había perdido con el pecado, nos dejó los sacramentos como signos de salvación para que participando de ellos seamos sanados y volvamos a reencontrar la felicidad que habíamos perdido.

Pero nuestra naturaleza humana herida por el pecado y en esa libertad que Dios nos dio, para decidir el camino de vida o de muerte, del bien o del mal, hemos ido caminando a través de la historia, entre luces y sombras, creyentes e indiferentes al amor de Dios, luchando porque se respeten la dignidad y los derechos humanos y por otro lado pisoteando a los más débiles y vulnerables.

En este camino, la sociedad se ha ido deshumanizando; es decir ha ido perdiendo el sentido humano, a tal punto que la persona humana muchas veces se ve reducida a un animal o a un objeto de producción, a un número estadístico. San Juan Crisóstomo decía: “Cuando te veo vivir de modo contrario a la razón, cómo te llamaré, hombre o bestia. Cuando te veo arrebatar las cosas de los demás, cómo te llamaré, hombre o lobo. Cuando te veo engañar a los demás, cómo te llamaré, hombre o serpiente. Cuando te veo obrar neciamente, cómo te llamaré, hombre o asno. Cuando te veo sumergido en la lujuria, cómo te llamaré, hombre o puerco. Peor todavía. Porque cada bestia tiene un solo vicio: el lobo es ladrón, la serpiente mentirosa, el puerco sucio; pero el hombre puede reunir los vicios de todos los brutos”.

Con el avance de la ciencia y de la técnica, se han hecho grandes descubrimientos para el desarrollo de la sociedad, pero también las relaciones humanas se han ido perdiendo, trabajos que se realizaban con muchas personas y comunidades enteras se reunían, hoy lo hace uno solo y las comunicaciones personales van dando paso a comunicaciones digitales.

Esto no es ajeno a la medicina y con los grandes avances que se ha dado, han venido también los problemas éticos y la deshumanización también ha tocado el sector salud, donde los enfermos a veces no sienten el calor humano de los profesionales de la salud, se sienten marginados no solo en la sociedad sino también en su familia.

La pastoral de la salud no solo intenta humanizar este sector que es contribuir a mejorar la calidad de nuestras vidas en la búsqueda de la felicidad, desde el cuidado de lo cotidiano y desde el cuidado de otros cuando estos nos necesiten, sino también prevenirlo con hábitos saludables y acompañar a los familiares en su dolor hasta el duelo.

Somos conscientes que en cada persona a la que servimos vemos al mismo Cristo, pues él ha querido identificarse con el que sufre (Cf. Mt 25,31-46), es más buscamos el desarrollo integral de la persona y por eso la pastoral de salud no se dirige sólo a los enfermos sino a todas las personas.

De las personas que están sanas se busca apoyarlas para que no se enfermen, para esto es necesario los buenos hábitos y las prácticas saludables, como por ejemplo el aseo personal, la limpieza de la casa, los controles médicos, etc.

En las visitas a los enfermos en los centros de salud, en la compañía silenciosa al enfermo, en el trato cariñoso, en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad se manifiesta, a través de los profesionales y voluntarios discípulos del Señor, la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y, en el caso del moribundo, lo acompaña en el tránsito definitivo. El enfermo recibe con amor la Palabra, el perdón, el Sacramento de la Unción y los gestos de caridad de los hermanos. El sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y de la resurrección del Señor. (DA 420)

Acompañar a las personas en su enfermedad, teniendo como fundamento el amor y la compasión, que fue lo que movió a Cristo a sanar a los enfermos y que en la parábola del buen samaritano (Cf. Lc 10,25-37) nos dice claramente cuál debe ser nuestra actitud, no la indiferencia, como la del levita y del sacerdote, que se hacen de la vista gorda o se cruzan a la otra acera para no tener delante a la persona que sufre, sino saber acercarnos con cariño y ternura para sanar sus heridas.

El saber escuchar al enfermo, el estar a su lado, el hacerle sentir que en su sufrimiento no está solo, fortalecerlo en la fe con la oración y los sacramentos, animarlo con la esperanza de una pronta recuperación y que mientras pasa estos momentos de dolor se los ofrezca a Dios, hace tener un buen ánimo al enfermo y su mejoría se hace mucho más próxima.

Hay que acompañar también a pacientes con enfermedades crónicas y sobre todo a aquellos que están en la etapa final de sus vidas, nunca hay que abandonarlos, tenemos que hablar con claridad y prepararlos para el paso de este mundo al reino de los cielos.

Vivimos en una sociedad donde se ha perdido el valor del sufrimiento y una de las tareas de la pastoral de la salud es rescatarlo, pues como decía San Juan Pablo II: “El sufrimiento es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión” (SD 31).

En este tiempo de pandemia, lo que hay que cuidar es lo más sagrado que tenemos: la vida, es una vergüenza para la humanidad que haya gobiernos que están pensando y trabajando en la reactivación económica sin que les importe que las personas se contagien y mueran. Poner la economía por encima de la persona es autodestruirnos.

No olvidemos que hemos sido creados para vivir y no para morir, la muerte es una etapa más de nuestra existencia: nacemos, crecemos, morimos y vivimos, la pastoral de la salud ayuda también a la persona a vivir esta etapa con serenidad, sabiendo que somos peregrinos caminando hacia el reino de los cielos.

(CEBITEPAL-Consejo Episcopal Latinoamericano)