El pasado 1 de agosto, falleció en Sant Cugat del Vallès (Barcelona) a los 93 años el P. Josep Maria Agustí, jesuita catalán, un hombre extraordinario que destacó siempre por tener una inteligencia fuera de lo común, una bondad que parecía no tener límites, un sentido del humor que alegraba la existencia de los que convivían con él, un constante espíritu de servicio tanto en la comunidad como en su trabajo con marginados de la sociedad, y una humildad que le llevaba a menguar para que los demás crecieran. No muere cada día un hombre tan grande como Josep Maria Agustí.
Le conocí en septiembre de 1976, cuando yo tenía 14 años. Fue nuestro profesor de matemáticas en primero de BUP en el colegio San Ignacio de Sarriá, Barcelona, en el que él había estudiado treinta años antes. Excelente profesor. No solo eso: Agustí, junto con su colega Antonio Vila, fue el autor de algunos de los más importantes libros de texto de matemáticas utilizados en las escuelas españolas en los años setenta y ochenta.
Era un muy buen matemático (trabajó para la NASA) y pedagogo de esta disciplina, formado en Bélgica y en Estados Unidos. Personalmente no me entusiasmaban las matemáticas. Sin embargo, al tenerle de profesor, esta materia pasó a ser, con mucho, mi preferida hasta que acabé el colegio cuatro años después.
Durante aquel curso, el P. Agustí nunca nos explicó nada de su vida, tal era su humildad. El último día de clase, un grupo de tres o cuatro alumnos nos acercamos a él para despedirnos y darle las gracias por el curso, y aprovechamos para pedirle que nos contara algo de su vida. Solo entonces supimos que dirigía un equipo internacional de investigación de matemáticas y que empezaba a colaborar con un grupo de apoyo a jóvenes que trataban de dejar la droga.
Con los años, además de seguir con su docencia sucesivamente en varios colegios (San Ignacio, Hostafrancs, Raimat), dedicaría buena parte de su vida a OBINSO (centro de rehabilitación de drogadictos) y ARRELS (centro de acogida de personas sin hogar). También vivió un año en El Salvador dando clases en la UCA y otros cuatro en Guatemala siendo profesor de la Facultad de Económicas (supongo que) de la Universidad Rafael Landívar.
Coincidí apenas con él en mi noviciado (1980-1982). Él era miembro de la comunidad, pero estaba siempre en OBINSO viviendo con los jóvenes drogadictos, por lo que apenas le veíamos. En cambio, sí conviví con él en la misma comunidad y esta vez a tiempo completo en el barrio del Poble Sec, en 1991-1992, en mi último año de estudios de teología en Barcelona, así como durante buena parte de las vacaciones de Navidad y de verano de 1992 a 1995, cuando yo estaba estudiando en París.
Me sentí muy apreciado por este gran hombre y aprendí un montón de él. En un piso secundario de la comunidad, Josep Maria se había hecho instalar una pizarra enorme, desechada por el colegio de Caspe, que le habían traído dos alumnos cargando con ella por las Ramblas. Solía dejarme escrito en ella un problema de matemáticas, obviamente de mi nivel.
Yo lo resolvía en la misma pizarra; a veces tardaba horas. Al llegar Josep Maria, se encontraba con la solución, y al cabo de unos días me ponía un nuevo problema. Hablamos mucho acerca de un montón de temas. Convivir con él fue una experiencia feliz de mi vida. Creo que son muchas las personas que podrían decir lo mismo del P. Agustí.
Después del año 2000, ya no siendo yo jesuita, solo nos vimos una vez. Regresábamos Julia, Inés y yo de nuestras vacaciones en Francia, pasando por el País Vasco, Navarra y Aragón. Le había escrito con tiempo para ver si podríamos visitarle en Raimat, cerca de Lleida, donde él vivía. Aceptó con gusto. Aquel día de agosto de 2009, comimos juntos en su comunidad, nos enseñó el colegio y pasamos un rato súper agradable.
También recuerdo cómo en 1990, tras haber regresado de Guatemala, Josep Maria nos explicó su experiencia centroamericana a los jóvenes jesuitas catalanes. Nos contó que había vivido muy de cerca los últimos días de la vida de una niña guatemalteca que se fue apagando hasta que murió por falta de asistencia médica.
Saber que en otras circunstancias se habría podido salvar aquella criatura despertó en Josep Maria una rabia infinita. Tras fallecer la niña, Josep Maria salió de la casa ―nos contó―, se fue al campo, llegó donde había una cascada y allí lloró y gritó con todas sus fuerzas: “y me pareció que en aquella cascada inmensa la tierra entera lloraba la muerte de la niña”. Ese fue Josep Maria Agustí, el jesuita catalán experto en matemáticas, asesor de la NASA, pedagogo paciente, servidor de drogadictos y de personas sin hogar, que lloró a lágrima viva por la muerte de una pobre niña guatemalteca. Descanse en paz este hombre inmenso.