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O Opinión

Renovada navidad en la realidad pandémica

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Nos encontramos en un momento de gran adversidad para todos; nos sentimos profunda y angustiosamente interpelados por una realidad que parece habernos rebasado en dolor y en incertidumbre.

Es justo esta palabra -incertidumbre- la que mejor refleja el estado de nuestro ánimo: es, al mismo tiempo una palabra que no alcanza a expresar todas las preocupaciones que se alojan en el corazón humano; y una expresión que manifiesta el potencial enorme del cambio que anhelamos.

En este año, la realidad pandémica se ha vuelto casi toda nuestra obsesión y, aunque nuestra preocupación no debe tomarse a la ligera, es cierto el proverbio que nos alerta: “No podemos evitar que los cuervos ronden sobre nosotros, pero no dejemos que aniden en nuestra cabeza”.

El predicador de la Santa Sede, cardenal Rainero Cantalamessa, ofreció una reflexión sobre la pandemia en la que aseveró que esta crisis ha desvelado tres realidades a los creyentes: “Que todos somos mortales y no tenemos morada estable aquí abajo […], que la vida del creyente no termina con la muerte [… y] que no estamos solos a merced de las tormentas”.

Es cierto, hemos afrontado muchas tormentas y, gracias a nuestra ingeniosa naturaleza, muchas veces nos hemos conformado tras tocar falsas puertas de seguridad, de posesiones, de control y tranquilidad. Sin embargo, esta realidad pandémica nos recuerda que, a pesar de nuestros talentos, fuerzas y capacidades, seguimos estresados, agobiados y con miedo. Pareciera que, junto al evangelista sólo nos queda clamar en este profundo desconcierto: “Señor, quédate con nosotros porque ya cae la tarde. Se nos acaba la vida, la paciencia y la esperanza”.

En el fondo, no comprendemos el momento histórico que estamos viviendo; y, además, a veces podemos sentirnos como escribió santa Teresa de Jesús: “Señor, piensa que no nos entendemos nosotros mismos y que no sabemos lo que queremos, que nos alejamos infinitamente de lo que deseamos”.

Y justo por eso es tan hermoso y necesario el misterio de la Natividad, la cíclica y permanente celebración del Nacimiento de Jesús. En un discurso, el papa Francisco afirmó que la Encarnación (la acción en el que el Verbo de Dios se encarnó en Jesucristo por el poder del Espíritu Santo) es el Misterio del escándalo “a veces incluso más que la Resurrección”:

“Muchas veces nos aplauden y aprueban cuando los cristianos hacemos el bien como obra social, cuando ayudamos al pobre, al necesitado al marginado. Nos dicen ‘¡Qué bien por ellos!’ Pero en el momento en que decimos que obramos así porque en esas personas vemos la carne de Cristo, entonces llega el escándalo […] Lo que escandaliza de Jesús es su naturaleza de Dios encarnado”.

Hoy todos somos necesitados, todos vivimos atribulados y con miedo. Levantamos la mirada y las plegarias al cielo buscando respuesta, clamando que el Señor permanezca con nosotros, queremos, pedimos, exigimos un milagro. Pero Dios, ya está con nosotros, lo ha estado siempre; nos acompaña en este agobiante peregrinaje de la humanidad, camina junto a cada uno de nosotros y su mirada nos la ofrece desde los ojos de cada prójimo que requiere la ayuda que podemos darle.

Tal como dice la Liturgia para las Horas de los fieles: “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo; el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”.

He ahí la esencia del milagro. Tras comprender las implicaciones de la Encarnación podemos mirar y abrazar esta realidad, este momento histórico, el pueblo y la persona que somos. Una realidad digna de admiración, llena de la presencia de Dios en el reflejo de cada uno de nosotros y de nuestro prójimo. Lo dijo el arzobispo mexicano Rogelio Cabrera López a sus nuevos obispos auxiliares: “Escuchen al pueblo; porque en él escucharán el eco de la Palabra de Dios”.

En estos momentos de necesidad, la Navidad nos pide renovar nuestra fe en Dios, la esperanza en la humanidad y la caridad con el prójimo. Primero, porque no estamos solos en esta tormenta, Dios no nos abandona; segundo, porque cuando pedimos un milagro a veces no sabemos lo que anhelamos pues la presencia de Dios ya está entre nosotros; y tercero, porque es en el otro, el esencialmente necesitado de nuestro auxilio, donde podemos encontrar la mirada y la voz de Jesús interpelando nuestra fe.

Feliz Navidad, venturoso año 2021.