El pasado 28 de agosto falleció en El Salvador (Centroamérica) a los 82 años el P. Rafael de Sivatte (1943-2025), jesuita catalán, profesor de Antiguo Testamento desde hacía cincuenta años, vinculado a América Latina desde hacía más de cuarenta (Bolivia y El Salvador) y docente del Centro Monseñor Romero de la UCA de El Salvador desde hacía treinta y cinco años. Fue “para morir allí”, como solía decir ―o sea, sin intención de regresar―, tras el asesinato de Ignacio Ellacuría y compañeros (1989).
Rafa era un hombre bueno, servicial, sin ego, humilde, fuerte, inteligente, trabajador, autoexigente, con una honda vida espiritual, acompañante de los demás, especialmente de los más necesitados.
Así como la sal desparece en los alimentos para darles sabor, así también Rafa se diluía para que los demás crecieran. Perteneciente a la Teología de la Liberación sin querer nunca destacar como líder, fue un excelente profesor de Antiguo Testamento, de Hebreo y de Griego, tanto en Sant Cugat del Vallès como en Barcelona, en Bolivia, en el Salvador y en Lleida.
Al igual que yo, Rafa era el undécimo de doce hermanos, nacidos trece, miembro de una familia muy católica de Sarrià, Barcelona, los Sivatte Algueró, cuyo padre fue el líder carlista de Cataluña, por lo que tuvo que pasar reiteradas veces por la cárcel, dada su oposición al régimen franquista. Los Sivatte Algueró son nietos del Barón de Torre Baró. Rafa estudió en el colegio San Ignacio de Sarrià, tras lo cual entró en la Compañía de Jesús.
Pronto identificó lo que serían sus dos faros vitales: la Biblia y la opción por los pobres. Con espíritu de servicio, escogió el estudio del Antiguo Testamento porque era de más difícil acceso para los cristianos que el Nuevo.
Se formó en Sant Cugat del Vallès (Barcelona), Pullach (Múnich), Roma y Jerusalén. Combinó la Teología Bíblica con la formación de jóvenes jesuitas y con su dedicación a la gente sencilla, sobre todo en El Salvador. Su dominio de los idiomas era excelente, tanto modernos (español, catalán, italiano, alemán, inglés, francés, etc.) como antiguos (hebreo, griego, latín).
Personalmente conocí a Rafa en 1980, y desde entonces nunca perdí el contacto con él. Hubo cuatro períodos en los que nuestra relación fue más estrecha:
1) Tuve a Rafa como ayudante del maestro de novicios (Santi Thió de Pol) en Barcelona en 1981-1982, en mi segundo año de noviciado. Nos dio todo tipo de cursos y sobre todo nos acompañó con su modo de vida auténtico, entregado y austero.
2) En el juniorado, creo que en el curso 1982-1983, mientras cada uno de nosotros, jóvenes jesuitas, estudiaba una carrera civil distinta (yo, Geografía e Historia en la Universidad de Barcelona), Rafa nos dio un seminario interno de cinco horas semanales de Introducción a la Biblia durante un semestre. Allí empecé a entender los métodos histórico-críticos, así como los ejes que vertebran tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.
3) En el curso 1988-1989, lo tuve de profesor de Introducción al Antiguo Testamento en la Facultad de Teología de Cataluña, también en Barcelona. Su modo de adentrarse hermenéuticamente en aquellos textos antiguos desde el presente histórico nos marcaría a todos sus alumnos para siempre.
4) Finalmente, volví a coincidir con él de marzo a mayo de 1996 en la UCA de El Salvador. No me alojé en su comunidad, el teologado, pero nos vimos todos los días en la universidad. Fui allí para investigar en la vida y pensamiento de Ignacio Ellacuría, acerca de quien estaba haciendo mi tesis doctoral. A sugerencia de él, impartí un curso de Historia de la Teología en el Centro Monseñor Romero, lo que me permitió estar allí en calidad de profesor invitado, lo cual tenía sus ventajas. Mi despacho (o cubículo) estaba a pocos metros del suyo, por lo que dialogamos mucho durante aquellos tres meses.
A mi llegada a San Salvador, Rafa me fue a buscar al aeropuerto con Antonio González. En el trayecto del aeropuerto a la comunidad me empezó ya a hablar de aquel país del que yo tanto sabía sin haber estado nunca y que al mismo tiempo tanto desconocía.
Sus comentarios eran los habituales que hacemos los extranjeros acerca del país que nos acoge: tenemos una relación de amor al país, de progresivo conocimiento y al mismo ese sentimiento de que nunca lo acabamos de entender.
Unos días después, me llevó a visitar un volcán. Me lo pasé en grande bajando con él al cráter, aunque luego la subida de regreso fue agotadora. Compartimos mucho durante aquellos meses, a pesar de que Rafa era caro de ver porque siempre andaba con una pesada carga de trabajo. No obstante, aun estando muy atareado, tenía tiempo para los demás cuando le necesitábamos.
A finales de 1997 coincidimos brevemente en Sant Cugat del Vallès, yo ya terminando la redacción de mi tesis doctoral que entregaría en París pocos meses después. Le comenté mis dudas de vocación, y él se portó conmigo como un buen hermano mayor, atento, comprensivo, dándome ánimo en ese tiempo tan difícil para mí. Se lo he agradecido siempre.
Aún nos vimos dos veces más en El Salvador, en estancias mías breves (una acompañando un grupo de alumnos de la Universidad Ramon Llull y la otra con motivo de un congreso sobre Ellacuría en la UCA), y con cierta frecuencia nos escribíamos por mail, a menudo para pedirle que me resolviera dudas del hebreo o del Antiguo Testamento. Sus respuestas siempre me llegaban pronto y eran claras y breves, justo lo que yo necesitaba.
He aquí el enlace de una semblanza suya que incluye un vídeo de 37 minutos en el que le entrevistan acerca de toda su vida: https://jesuitascam.org/fallece-en-el-salvador-p-rafael-de-sivatte-s-j/ Rafael de Sivatte fue una persona maravillosa. Descanse en paz.
Parábola del maestro
Un maestro salió a pasear por el campo con dos alumnos. Les indicó que no dejaran el camino. Al cabo de un rato, uno empezó a abandonar la senda yéndose hacia el margen izquierdo.
Al verlo, el maestro le dijo: “Estás dejando el camino, gira a la derecha”. Poco después, el otro alumno se desvió hacia la derecha, y el maestro le dijo: “Estás dejando el camino, gira a la izquierda”.
Les seguía de cerca un ciego que no pudo evitar escuchar lo que el maestro había dicho a sus alumnos. En voz alta, dijo el ciego al maestro: “Estás transmitiendo a tus alumnos enseñanzas opuestas”. Y el maestro le contestó: “No es cierto. Siempre les enseño lo mismo”.
Seguiré, espero.