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O Opinión

Mucho por escuchar

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Cada año, desde 1967, el pontífice católico envía un mensaje al mundo para reflexionar sobre el fenómeno de la comunicación humana. La tradición comenzó con Pablo VI, con una sagaz intuición sobre cómo los medios de comunicación social ya transformaban el futuro de la convivencia y la realidad humana. 

En su primer mensaje, el papa Pablo VI sólo mencionó al cine, al radio, la prensa y la televisión como “los modernos instrumentos de comunicación”; pero casi con profetismo auguró que nuevas “técnicas maravillosas” harían que la convivencia humana tomase nuevas dimensiones: “El tiempo y el espacio -dice el texto de 1967- han sido superados, y el hombre se ha convertido en ciudadano del mundo, copartícipe y testigo de los acontecimientos más remotos y de las vicisitudes de la humanidad”.

Pablo VI escribió los primeros doce mensajes para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales; él se enfocó en el papel positivo de los medios de comunicación para el progreso de los pueblos, para la unidad de las comunidades, en del seno familiar, en el horizonte de la juventud y hasta en la evangelización; pero también hizo las primeras advertencias sobre las artimañas de la publicidad, el engaño, la tergiversación, los contenidos basura y la responsabilidad de las audiencias para discernir qué ver, qué escuchar y qué leer.

Entre 1979 y 2005, Juan Pablo II ofreció sus mensajes anuales sobre comunicación con una singular sincronización con los acontecimientos globales y la agenda internacional; su llamado central siempre se abocó a utilizar todos los medios posibles para evangelizar y para atender etaria y gremialmente a todos los sectores poblacionales: desde los ancianos hasta los infantes; las mujeres, los trabajadores, los centros educativos, los gobiernos, los campesinos, etcétera. 

Hay que señalar que el pontificado del Papa polaco fue traspasado por el crecimiento exponencial de las telecomunicaciones, la globalización y el surgimiento de la Internet; en ese contexto, Juan Pablo II criticó duramente a quienes habían sustituído ‘el acontecimiento real’ con un mero ‘relato comunicativo’ que se distribuía por todo el mundo y en todas las ciudades; relato que, frecuentemente, ‘riñe con la verdad del mensaje cristiano’. Wojtyla arengó a los católicos a que usaran todas y extensamente las herramientas de las telecomunicaciones para acercar especialmente las celebraciones litúrgicas a grandes audiencias.

Benedicto XVI realizó ocho mensajes sobre las comunicaciones sociales y la palabra que más se repite en ellos es: ‘desafío’. El agudo pontífice alemán alertó sobre un fenómeno creciente en los medios del nuevo milenio: la comunicación construye la realidad y no sólo es un instrumento que la comparte. 

Ratzinger se opuso a que desde el consumismo y las ideologías de ocasión se ‘construyeran realidades’ que distan de la verdad y de las necesidades básicas y trascendentes de los seres humanos; es por ello que, en sus mensajes, el Papa habló sobre una especie de ‘mística del comunicador’, de cierta actitud ascética que los comunicadores debían asumir: apreciar el silencio de entre el mundanal ruido, practicar la introspección y la reflexión ante el espectáculo y los excesos informativos, y rechazar el protagonismo mediático mediante un honesto compromiso con la verdad y con la autenticidad. 

Finalmente, Francisco ya ha producido nueve mensajes sobre las comunicaciones sociales. En sintonía con sus predecesores, Bergoglio sigue mirando los positivos de los avances tecnológicos para facilitar la comunicación pero rechaza que tales logros suplan las cualidades del encuentro personal, auténtico y comprometido.

Con el Papa latinoamericano, el concepto recurrente en sus mensajes es ‘encuentro’.

A diferencia del pasado, Francisco considera que ‘el bombardeo de mensajes religiosos’ ya no constituye un verdadero testimonio cristiano y también pide que la comunicación de la Iglesia no se limite a los verbos ‘juzgar’, ‘condenar’ o ‘rechazar’; Bergoglio propone los conceptos: ‘disponibilidad’, ‘sinodalidad’, ‘camino’, ‘contacto’ e ‘inclusión’. Además, insiste en usar en sus mensajes el verbo ‘escuchar’.

En 2016, Francisco explicó la importancia de la escucha en el mundo contemporáneo: “Escuchar nunca es fácil… en la escucha se origina una especie de martirio, de un sacrificio de sí mismo”; y este 2022, el pontífice reiteró su llamado a ‘escuchar con los oídos del corazón’. 

Esto último parece apenas una frase meliflua pero, para la Iglesia católica representa todo un reto. En los últimos 60 años, después del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica ha insistido en que ‘tiene mucho qué decir’ -y nadie lo duda-; pero ahora, en este contexto, la Iglesia reconoce que tiene mucho qué escuchar. ¿Será?