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O Opinión

Iglesia renovada para un nuevo continente

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Esta semana se realiza en México la primera Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, un inédito encuentro de la pluralidad del catolicismo americano cuya motivación fue una recomendación del papa Francisco a los obispos del continente para que, en lugar de retornar al camino conocido de cumbres episcopales celebradas desde 1955, se emprendiera ‘ad experimentum’ la audacia de integrar, escuchar y corresponsabilizar a todo el espectro socio-religioso, popular y comunitario latinoamericano para que sus voces y sus compromisos revitalicen el papel, la identidad y la acción de la Iglesia en las emergencias contemporáneas de la región.

Si bien la elección de Francisco como el primer papa latinoamericano significó ‘una bocanada de aire fresco’ a la Iglesia universal, esta Asamblea Eclesial tiene la oportunidad de recordar por qué san Juan Pablo II llamó a América ‘El Continente de la Esperanza’. 

Las novedades de este encuentro (además de su evidente realización virtual-presencial que ha agilizado, conectado, simplificado y economizado una asamblea continental donde hay participantes de más de 22 naciones) se explican en la actitud e itinerario de preparación: largos y profundos procesos de escucha para que muchas de las diversas voces eclesiales latinoamericanas tuvieran oportunidad de alzarse, ser valoradas y reconocidas sin pasar por el tamiz institucional, teológico o de control al que las conferencias generales episcopales se enfrentaron históricamente.

En la presente Asamblea Eclesial de AL y el Caribe no se ha dejado de recordar cómo diferentes fuerzas (a veces provenientes del Vaticano) controlaron, sancionaron e intervinieron los trabajos continentales de la Iglesia para acallar las voces que siempre han ‘anunciado y denunciado’ desde el Evangelio las realidades de la región. Una práctica del siglo XX que no sólo silenció voces proféticas de un catolicismo comprometido con los excruciantes dramas del pueblo sino que, incluso se valió de inconfesables arreglos con el poder político y económico para sostener privilegios cupulares mientras se continuaba engañando, sacrificando, manipulando y despreciando a los últimos y a los pobres. 

Es claro que, incluso ahora, este riesgo no está conjurado; sin embargo, la apuesta del papa Francisco es abrir la Iglesia, desterrar el ‘clericalismo’ (que no es sino la fascinación por el poder y el influyentismo) para que esto no ocurra nuevamente, favorecer el diálogo horizontal, motivar el encuentro aunque en ocasiones sea ríspido y, sobre todo, que la Iglesia misione, camine con humildad junto a la riqueza cultural y espiritual de todos los pueblos del continente para defender, conservar y promover la paz, la justicia y el bien común en cada uno de sus territorios. Al respecto, la doctora Emilce Cuda, capo ufficio de la Comisión de América Latina del Vaticano, ha recordado que buscar la justicia social “es constitutiva de la práctica evangélica”.

Los problemas continentales son muchos: migración, pobreza, violencias, polarización política, manipulación del orden social y, claramente, la devastación sistemática y consumista de la Creación, de la ‘Casa Común’.

Problemas que conducen inexorablemente al sufrimiento e incluso la desaparición de pueblos enteros; de allí la urgencia de una renovación de las comunidades cristianas para ofrecer la esencia de su fe encarnada, comprometida con el “proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado”, decidida a denunciar los efectos del egoísmo utilitarista, del tecno-capitalismo depredador, del relativismo ético y de los vicios del poder privilegiante.

Sin duda, un desafío enorme; un reto que sólo puede hacerse desde un compromiso integral, desde la ternura y el contacto personal, con audacia y esperanza, con la suficiente indignación y con desbordante creatividad para alcanzar la justicia y el bien común; pero, sobre todo, mediante la participación plural, a ras de suelo y horizontal de todos, todos, todos. ‘Sinodalidad’, le llaman en la Iglesia.