Ciudad de México.- Comunidades y congregaciones religiosas comienzan a resentir los efectos de la crisis económica derivada por el coronavirus. Entre el consumo y pago de servicios cotidianos, la imposibilidad de poner en venta los productos que elaboran en los conventos y gastos extraordinarios (atención médica o servicios funerarios para sus miembros), los ahorros de la alcancía conventual se adelgazan dramáticamente.
Es el caso del monasterio de las Clarisas Capuchinas Sacramentarias en la Ciudad de México; la superiora, Ana Rosa, explica que la pandemia las tomó mal apertrechadas de ahorros. La comunidad había perdido a algunas religiosas poco antes del coronavirus y se echó mano del fondo de ahorros para cubrir gastos funerarios de las monjas. Y entonces llegó la pandemia.
Esta comunidad de clausura se sostiene primordialmente de la elaboración y venta de artículos e indumentaria litúrgica; también cuentan con pequeños bienhechores esporádicos que donan modestas contribuciones al monasterio.
Sin embargo, por la cuarentena se vieron impedidas de vender sus productos, tampoco acudieron sus clientes regulares; por si fuera poco, el impacto económico también afectó a las familias que las apoyaban.
En esta situación se encuentran varios conventos, monasterios y casas religiosas en México y el mundo. En algunas experiencias, como las religiosas agustinas de Santa Mónica, las monjas han puesto en marcha varias plataformas digitales para acercarse a sus clientes para la venta de pastas. Promocionan y venden sus productos a través de Instagram, Facebook y WhatsApp; también tienen su página web donde se pueden hacer pedidos.
La capacidad de adaptación también está sujeta a la cantidad de religiosas en la comunidad, a su formación, habilidades y, por supuesto, a la edad. La superiora de las Clarisas Capuchinas Sacramentarias asegura que la comunidad que lidera está compuesta por tres mujeres mayores de 75 años, tres entre los 68 y 60 años, cinco con 45 años y las dos más jovenes, 36.
Para esta comunidad, la alimentación de la comunidad está cubierta gracias a donaciones de comerciantes de la Central de Abastos de la ciudad; además, la propia Arquidiócesis de México les envió despensa por la pandemia. Son, sin embargo, los pagos de servicios y de predial lo que las apremia: las facturas de luz, gas y agua, por ejemplo, ascienden a casi 14 mil pesos por mes.
"Como sea, estoy segura que no estamos como otras comunidades de hermanas. Sabemos de otras religiosas que la pasan muy mal y por supuesto es necesario ayudarlas".
Las comunidades contemplativas (conventos de clausura) no son las únicas que enfrentan desafíos económicos. Para las religiosas de vida apostólica la situación también es apremiante; pues además de las dificultades para ejercer su labor y contar con recursos de subsistencia, la sociedad en la que están insertadas les exije con más sacrificio su servicio educativo, hospitalario, de promoción social, de defensa de derechos humanos, atención a encarcelados, desempleados, personas vulnerables y obras de caridad en general.
La religiosa Sandra Henríquez, Carmelita Misionera directora del Centro de Estudios de la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile, explica este sentimiento: "Para nosotros nos es importante estar 24/7, acompañando a medio mundo. Pero cómo es posible hacerlo cuando nos experimentamos frágiles, cuando tenemos ante nosotros nuestra propia muerte o la muerte de tanta gente".
Las organizaciones, centros de apoyo, instituciones de salud o educativas de las congregaciones religiosas prácticamente entraron en paro técnico desde abril; sin perder sus responsabilidades con las relación laborales sostenidas con empleados o auxiliares, para la reanudación de actividades, las congregaciones tienen que echar mano de algo más que creatividad.