Saltillo, Coahuila.- El sacerdote Pedro Pantoja Arreola falleció este 19 de diciembre víctima de un paro cardiorrespiratorio y su pérdida eluta a toda la Iglesia mexicana, especialmente a aquella etregada al cuiado de los migrantes.
Pantoja Arreola fue un ícono entre los liderazgos mexicanos por su aguerrida defensa de los derechos humanos de los pobres, obreros, campesinos y de los migrantes centroamericanos refugiados en México.
El religioso, quien tenía su cargo la Casa del Migrante de Saltillo, dejó huella en todo el estado, en México y otros países; recibió premios y reconocimientos nacionales e internacionales por su labor altruista.
Además formó parte de la corriente Católica Latinoamericana de La Teología de la Liberación.
Era un cura querido y respetado por la feligresía; sin embargo, no pudo ser despedido por la gente que le tenía tanto afecto. Esta madrugada sus restos son incinerados.
El religioso, de 76 años de edad, se empezó a sentir mal, a principios del mes de diciembre, y mediante una prueba le detectaron COVID-19, pero durante varios días fue atendido en su casa.
Hasta el día 12 que su salud se agravó, lo trasladaron a un hospital privado al norte de Saltillo, donde fue intubado, y se le practicó hemodiálisis que disminuyó las manchas que tenía en sus pulmones.
Lamentablemente el viernes 19 perdió la batalla contra el virus debido a que su padecimiento se complicó y le sobrevino el infarto. El deceso ocurrió justo en la celebración del “Día Internacional del Migrante”.
La demarcación religiosa lamentó, en un breve mensaje, la pérdida del hombre que entregó su ministerio a la defensa de los derechos humanos de migrantes, refugiados, obreros, campesinos y gente desamparada.
Pidió a la feligresía continuar en oración por su alma y deseó pronta resignación a familiares, amigas, amigos.
También expresó sus condolencias al personal de “Belén: Casa del Migrante”, que desde hace 20 años es refugio para miles y miles de inmigrantes que cada año van de paso en busca de mejor suerte a los Estados Unidos.
El padre Pedro nació en el estado de Durango, pero fue hijo adoptivo de Coahuila, vivió en Parras, la Región Carbonífera, donde encabezó movimientos de los mineros, Acuña y Saltillo.
Consagró más de medio siglo de su vida al sacerdocio y a ayudar al prójimo, era un hombre muy preparado, estudió Ciencias Sociales, y hasta un posgrado , en universidades de México, Estados Unidos, la Universidad de Nanterre en París, Francia y de otros países.
Luchó incansablemente por una sociedad más solidaria, que el estado mexicano garantice respeto a los derechos humanos y a la dignidad de los hombres, mujeres, jóvenes, niños y ancianos “sin papeles”.
Sostenía que ellos no son delincuentes, pues salen sus países empujados por la violencia e inseguridad y el hambre, en busca de trabajo rumbo a la Unión Americana.
Pantoja Arreola era multifacético, de igual manera, oficiaba misa, confesaba, visitaba las cárceles, daba consejos y asesoría jurídica a personas en apuros, que buscaba apoyo de benefactores, comerciantes, empresarios y generosos.
Asimismo, acarreaba y cargaba bultos de frijol, verdura, cartones de huevo, lo que fuera, para dar de comer a los extranjeros que llegaban al refugio e iba a los ejidos a hacer posadas y llevar “bolos” (dulces) y juguetes a los niños en Navidad.
Tenía el respeto y la admiración de sus colegas, casi todos lo conocían o al menos oyeron hablar de él, porque fue un clérigo que luchó siempre contra las injusticias y los abusos del poder.
Se enfrentó al sistema y logró que se hiciera justicia y se castigara a policías que atentaban contra la vida y la dignidad de los inmigrantes.
Con valentía denunció reiteradamente que, desde las mismas corporaciones de seguridad y el Ejército, había nexos con bandas criminales que extorsionaban, secuestraban, violaban, asesinaban inmigrantes o los reclutaban para delinquir.
Rechazó las dádivas que le ofrecían narcotraficantes, por eso fue amenazado de muerte varias veces, pero ni así lo amedrentaron.
Su fe en Dios era tan grande que aseguraba “nada más dicen eso pero no me hacen nada, tengo la protección divina, la de Dios nuestro señor”. Siempre caminaba por todos lados y nunca requirió vigilancia del estado.
En su invaluable legado destaca su participación en la Red de Migrantes sin Fronteras, y la creación de la Casa del Migrante Emmaús en ciudad Acuña.
Albergue que creó en la década de los 90 para hospedar y alimentar a connacionales que iban de paso y se mudó a la capital a invitación del entonces Obispo de Saltillo, Raúl Vera López, por las constantes persecuciones, ataques, abusos y agresiones a migrantes.
Familiares del sacerdote aún no revelan donde será colocada la urna con las cenizas del padre Pantoja. (Información El Universal)