La televisión y yo estamos enfrentados. Fuera de un buen partido de futbol o que comience la temporada de futbol americano es muy raro que me siente frente a mi enemiga a soportar dos horas de mi tiempo para ver algo que me entretenga.
Me recomiendan series o películas y cuando me dispongo a seguirlas me es fácil caer en aburrimiento. Soporto media hora y me levanto. La enemistad domina la situación.
En el 2020, cuando sobrevino el encierro provocado por el covid, hube que tolerar a mi enemiga por más tiempo. He de decir que transigí en bien de la familia. Estuvo de moda aquel engendro de película llamado El hoyo, que me dejó asqueado hasta el extremo. Luché por ver mejores escenas, pero he de decir que mis gustos eran y son un tanto diferentes a los de los demás, pero vencí cuando en votación cerrada decidimos ver Silencio, de Martin Scorsese. Quizás demasiado lenta y larga para la exposición de un tema feroz y controvertido, teniendo como escenario la aventura evangelizadora de los jesuitas en Japón en el siglo XVII.
Pero Silencio nos dejó en silencio cuando apareció el final. Nos observamos impávidos, esperando todos que yo dijera algo. Quedé en silencio porque no tenía argumentos para responder. Los comentarios surgieron a borbotones los días siguientes.
Me interesé por el libro, pero no fue fácil. Acudí a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 2021 y no lo conseguí. En sucesivas visitas, mi hija Alicia no tuvo éxito, sino hasta el año pasado que me dijo que no estaba pero apareció dentro de la bolsa de regalos por Navidad.
Silencio de Shûsaku Endô es un extraordinario libro. Lo que le sigue. No solo porque está muy bien estructurado con una magnífica escritura y presentando a los personajes con una interioridad digna de Dostoyevski, sino porque trata el tema de fondo que ya dije es feroz y controvertido con una maestría que deja al lector dando vueltas al tema, sin querer soltar el libro.
Cristóbal Ferreira tiene 33 años evangelizando el Japón. Es el superior de los jesuitas en la isla. Fue profesor de varias generaciones en un seminario de Portugal. Han llegado informes a Roma de que después de sufrir el tormento de la “fosa” ha apostatado…
Así comienza la novela que deja en silencio en sus 250 páginas que se leen con el fin de llegar al final sin desear de que llegue.
Tres jesuitas portugueses deciden ir a Japón a dar ánimo al puñado de misioneros jesuitas que aún quedan en el territorio de la isla y en el fondo también encontrarse con Ferreira y descubrir la verdad de su fe o de su apostasía.
En Japón se ha desatado una furiosa persecución en contra de los cristianos y la aventura evangelizadora tiene más de martirio que de vida, aunque he de decir que todo martirio es anuncio de vida.
Solo dos jesuitas llegan a tierras japonesas. Y encuentran una aldea de campesinos cristianos, que viven su fe como pueden dada la ausencia de sacerdotes. Los jesuitas viven a escondidas sin salir demasiado de la aldea, hasta que son descubiertos. Allí comienza la aventura de Silencio.
Los dos jesuitas deciden separarse para cumplir la doble dimensión de su misión: dar ánimo a los cristianos y encontrar a Ferreira.
El culmen de Silencio -sin querer ser spoiler- es cuando los dos jesuitas son atrapados por separado y uno de ellos se encuentra con Ferreira. Los diálogos entre el “apóstata Pedro” (como es llamado Ferreira) y el otro jesuita son dignos de leerse y releerse detenidamente. Contienen dinamita. Da para reflexiones serias y profundas.
Scorsese basa en estos intensos diálogos el sostén de su película. Endô se enseñorea en esos párrafos de enorme profundidad para mostrar la auténtica proeza misionera en tierras paganas y de persecución: no se trata de tener éxito sino dejar constancia sacrificial de que Dios está presente aún en el silencio más penetrante y misterioso que se puede dar ante el rumbo de una vida que acaba.
El meollo de Silencio es hasta dónde y cuándo sostener la vida misma y la de los demás. ¿Hasta el martirio? ¿Dar la vida por los demás implica afirmarse en la fe o negar esa misma fe? ¿Negarse a sí mismo hasta la apostasía para que el otro tenga vida? ¿El Dios aceptado por los nuevos cristianos en una tierra de persecución es el Dios anunciado por los misioneros?
Después de leer Silencio y reflexionar una y otra vez esos diálogos de los jesuitas es claro que los misioneros son gente en otra dimensión. Aman su misión y a Cristo mismo más allá de lo que nosotros podamos comprender. Transitan en una ruta que no transitamos los mortales. Es la misma conclusión a la que llega el ateo Javier Cercas en su extraordinario libro El loco de Dios en el fin del mundo: los misioneros son los que sostienen a la Iglesia y de cierto modo también al mundo.
Yo solo agregaría esto: el Papa León es misionero.
Nos leemos la próxima. ¡Hay vida! No la desperdicies, ve y busca Silencio. Encontrarás un manantial de riquezas.