A ti, que quizás me lees desde lejos:
No sé tu nombre, ni cómo es tu vida. Imagino que es muy diferente a la mía. Mi nombre tampoco importa, porque podría ser el de cientos de mis compañeros y compañeras. Te escribo desde un lugar que antes llamábamos paraíso. Un lugar donde el agua del río se podía beber y el aire que respirábamos era puro. Un lugar donde, aunque no éramos ricos, a nadie le faltaba comida.
Te escribo para contarte que ese lugar ya no existe.
Un día llegaron las máquinas. Nos hablaron de progreso, de trabajo, de un futuro mejor. Construyeron una mina que prometía riqueza. Pero la única riqueza que vimos fue la de ellos. Para nosotros, solo quedó la destrucción. Nuestro río, el que nos daba de beber y donde jugaban nuestros hijos, se volvió veneno. Nuestros pozos se secaron. Empezamos a enfermarnos de males que no conocíamos, de cánceres que antes eran de otros mundos.
Cuando vimos esto, hicimos lo que cualquier persona sensata haría: hablamos. Nos reunimos, rezamos, marchamos en paz. Dijimos: “Esto está mal, esto es injusto y hay que detenerlo”. No pedíamos la luna. Pedíamos seguir viviendo. Pedíamos que no destruyeran nuestra casa, la única que tenemos.
Y entonces nos declararon la guerra. Una guerra sucia, donde las balas no son las primeras armas. Primero usaron los periódicos para decir que éramos criminales. Luego usaron las leyes para denunciarnos por defender nuestra propia tierra. Y finalmente, cuando nada de eso nos detuvo, empezaron las amenazas y los asesinatos. A mi amigo Juan lo mataron por esto. A mi vecina la amenazaron. Vivimos con miedo.
Quizás te preguntes qué tienes que ver tú con todo esto. Es posible que el litio de tu celular, el cobre de tus cables o el oro de una joya provengan de una tierra como la mía. Es posible que el insaciable deseo de tener siempre más y más, ese que mueve a las corporaciones que nos destruyen, se alimente también de nuestra indiferencia colectiva.
No te pido que vengas a luchar a mi lado. Te pido algo más difícil: que no seas indiferente. Te pido que te preguntes de dónde vienen las cosas que usas. Te pido que alces tu voz, aunque sea desde lejos, para que las empresas que se enriquecen con nuestra miseria sepan que el mundo las mira. Te pido que entiendas que tu comodidad no puede valer más que nuestra vida.
Porque aunque un océano nos separe, respiramos el mismo aire y vivimos bajo el mismo cielo. La defensa de esta casa común, como la llamó el Papa Francisco, es también tuya. Y la vida de mi comunidad, aunque no lo creas, también pende de un hilo de tu conciencia.
Atentamente, Un defensor de la vida
La serie ya está disponible en las principales plataformas de podcast: https://play.jdn.app/LaVidaPendedeunHilo