Washington DC, Estados Unidos.- En una ceremonia cargada de simbolismo y esperanza, el cardenal Robert McElroy fue instalado como arzobispo de Washington en la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción.
Ante una multitud de fieles, líderes eclesiales, ecuménicos y civiles, McElroy pronunció un discurso en el que delineó su visión para la Iglesia local, anclada en la misericordia y la defensa radical de la dignidad humana.
Bajo el lema 'Peregrinos de esperanza en un mundo herido', el nuevo arzobispo retomó el llamado del papa Francisco a vivir un Jubileo de Esperanza y subrayó que, en medio de las divisiones y el sufrimiento global, la Iglesia debe ser un faro que ilumine con el mensaje cristiano. "En la luz de la Resurrección, nosotros, como Iglesia local, debemos entender sin vacilación nuestra vocación como discípulos de la esperanza", afirmó McElroy, citando el núcleo de su homilía.
El cardenal inició su mensaje con el relato de los 33 mineros chilenos atrapados en 2010, quienes, tras 69 días de incertidumbre, lograron sobrevivir gracias a su fe y a la solidaridad global. "Colocamos nuestras vidas en las manos de Dios y supimos que Él encontraría un modo de estar con nosotros. Esa fue nuestra esperanza", citó McElroy las palabras de Mario Gómez, uno de los líderes del grupo. Esta historia, según el prelado, refleja la esencia de la esperanza cristiana: "la convicción de que, en nuestros momentos de mayor necesidad, Dios hallará la forma de acompañarnos".
McElroy delineó tres marcas de la esperanza cristiana que guiarán su ministerio en la capital estadounidense:
La Resurrección como transformación radical: Inspirándose en María Magdalena, quien en el sepulcro vacío "esperó, creyó y encontró al Resucitado", el cardenal subrayó que el encuentro con Cristo debe alterar toda comprensión humana. "Como dice San Pablo, ‘ya somos ciudadanos del cielo, aunque vivamos en la tierra’", recordó. "La Resurrección recalibra cada elemento de nuestra existencia y nos llama a rechazar las prisiones del pesimismo".
La Iglesia como "hospital de campaña": Retomando la metáfora del papa Francisco, McElroy comparó a la Iglesia con un campo de batalla lleno de heridos, como el de Bull Run durante la Guerra Civil estadounidense. "Todos estamos heridos, somos pecadores necesitados de misericordia", afirmó, aludiendo especialmente a los abusos sexuales en la Iglesia:
"Fallamos en proteger a los jóvenes y necesitamos sanación". Sin embargo, destacó que la esperanza surge al reconocer la "misericordia sin límites de Dios" y al convertirnos en "sacramentos de perdón para otros".
Ver el mundo con los ojos de Dios: El cardenal criticó las divisiones raciales, ideológicas y nacionales que fracturan la sociedad, así como la marginación de pobres, migrantes y no nacidos. "Dios nos ve a todos como iguales en dignidad. Nuestra misión es ayudar a la sociedad a ver al otro como hermanos", insistió. Citando el Génesis, llamó a rechazar el desprecio y buscar la unidad:
"El bien común y la dignidad sagrada de cada persona son la única vía para sanar un mundo a la deriva".
En un momento de polarización política y eclesial, McElroy urgió a su diócesis a ser "testigos efectivos" mediante el diálogo y la compasión. "¿Qué esperanza podríamos dar si ayudamos a nuestra sociedad a ver a los demás como Dios los ve: hijos amados?", cuestionó.
El cardenal cerró su homilía vinculando el drama de los mineros con el presente: "Creyeron que, en su mayor necesidad, Dios estaría con ellos. Compartamos esa convicción en este Jubileo de Esperanza".
Con una misa concelebrada por cardenales, obispos y sacerdotes, y la presencia de líderes interreligiosos, la ceremonia marcó el inicio de un ministerio que busca renovar la fe en una de las arquidiócesis más simbólicas de Estados Unidos. Ahora, McElroy enfrenta el desafío de traducir su visión en acciones concretas, en una ciudad donde la Iglesia navega entre la relevancia pública y las heridas del pasado